31 oct 2015

El derecho del autor y el aprovechamiento del editorial: La revolución industrial en Alemania

¿Se convirtió Alemania en el siglo XIX en una potencia industrial gracias a la falta del derecho de autor? Una tesis tanto interesante como chocante formulada por el profesor de la historia económica Eckhard Höffner en su Geschichte und Wesen des Urheberrechts de 2010.
La industrialización, que había comenzado en el siglo XVIII primero en Inglaterra, llegó muy tarde a Alemania, cuya producción industrial en pocas décadas logró superar la inglesa.

En el siglo XIX se hubo en los estados alemanes (que no se unificarón hasta 1871) una autentica fiebre de lectura. Los alemanes, opinó el crítico de la literatura Wolfgang Menel en 1836, eran un pueblo de poetas y pensadores.
Según Höffner se convirtió esta frase en un gran malentendido: No se refirió que había literatos destacados como Goethe o Schuller, sino al hecho que se producía en Alemania una cantidad inmenso de lectura.
Höffner investigó el primer florecimiento de la industria imprenta y llegó a una interesante conclusión: A diferencia de los países vecinos como Inglaterra o Francia hubo una autentica explosión del saber en Alemania
Numerosos autores redactaban cantidades de libros. Solo en el año 1843 se publicaron 14000 nuevas publicaciones, y teniendo en cuenta el número de población era un nivel comparable con la actualidad del 2015. Se publicaron novelas, pero especialmente monografías científicas. Al contrario Inglaterra, donde las publicaciones científicas eran escasas.
Apenas 1000 nuevas obras publicaron los ingleses al año, diez veces menos que los alemanes. Según Höffner aquí reside la razón por la cual perdió Inglaterra su ventaja como primera potencia industrializada en menos de un siglo, mientras que Alemania, un país agrícola retrasado, pudo convertirse después de 1871 en una potencia industrial equiparable.

Höffner va un pasó más y postula que el hecho, que los Ingleses habían inventado en 1710 el Copyright, provocó el estancamiento científico. Eso no interesó a nadie en los países alemanes. Únicamente Prusia lo introdujo en 1837, pero en una Alemania dividida una prohibición era escasamente eficaz.

La investigación meticulosa de Höffner, su detallada y profunda comparación del derecho de autor de dos países durante un amplio periodo tiene consecuencias para algunos importantes conceptos de la historiografía. Hasta ahora se consideraba el derecho de autor como elemental para una industria librera floreciente. Los autores solo se animan si sus derechos están asegurados y protegidos. ¿Para que sino escribir, si todos pueden copiarlo sin pagar?

Pero al menos la comparación histórica llega a otra conclusión. Los editoriales ingleses se aprovechaban de su monopolio. Nuevos libros se publicaron en escasas cantidades, de hasta 750 ejemplares, y se vendía cada libro por un precio que era equivalente a lo que ganaba un obrero durante una semana. De esa manera nuevos conocimientos apenas se podía divulgar.
Los editores más populares ganaban de esa manera mucho dinero, algunos editores de Londres incluso usaban carruajes doradas para desplazarse. Sus clientes eran los ricos y nobles, que veían los libros en vez de obras de sabiduría como accesorios de lujo. Los pocos ejemplares que llegaron a las bibliotecas universitarias se solían encadenar para evitar que los ladrones se lo llevaran.
¡Vaya diferencia con Alemania! Todos plagiaron, copiaron, los editoriales estaban en apuros porque cualquier editorial podía reproducir las obras sin castigo. ¡Los editoriales se agobiaban, no los autores! La solución de muchos editoriales: Vendieron dos ediciones. Una de tapa dura, bonita, con imágenes etc.…para los clientes ricos, y una de tapa blanda, a modo libro del bolsillo, para las masas.
Así se creo una situación muy diferente a la inglesa: Bestseller y obras científicas se malvendieron (desde la perspectiva editorial) a la población.
El historiador Heinrich Bensen del siglo XIX anotó Tantas personas de todos los rincones en Alemania, quienes de normal por los precios elevados nunca pudieron comprar libros, se han hecho de poco en poco una pequeña biblioteca en casa.

La perspectiva de tener una gran base de lectores motivó los científicos, publicar los resultados de sus investigaciones. ¡Una nueva forma de transmisión científica!
Porque otras maneras de transmisión excepto la oral y la educativa a través de docentes o profesores universitarios no hubo. Y ahora, de repente, había miles de libros actualizados con las últimas investigaciones disponibles para toda la población.

La revista Literatur-Blatt informa en 1826, que la mayoría de las publicaciones tratan sobre temas de la naturaleza de todo tipo, y manuales prácticos para la medicina, agricultura, etc.….
Los científicos e investigadores publicaron continuamente manuales, monografías, que trataban temas químicos, mecánicos, ingeniería mecánica, óptica o producción del acero. Mientras que en Inglaterra dominaban los temas clásicos, como la filosofía, teología, lingüística o historia.
Manuales prácticos, como para construir diques o plantar trigo, faltaban en las islas británicas. Para transmitir esos conocimientos no les quedaba otra solución que pasarlo de manera oral.

La ofensiva del conocimiento alemán llevó a una situación inesperada: El profesor berlinés de farmacia Sigismund Hermbstädt, hoy completamente olvidado, ganó como autor mucho mas dinero con su obra Fundamentos para el tratamiento del higado (1806), que la conocida autora inglesa Mary Shelley con su obra hasta hoy conocida Frankenstein.
El comercio con la literatura monográfica funcionaba tan bien, que los editoriales temían la falta de nuevas obras. Eso permitió a los mejores autores tener una buena posición para negociar con los editoriales. Muchos profesores universitarios ganaron junto a su sueldo un buen dinero extra con manuales y pequeños libritos informales.

Este mercado no se deshizo cuando en Alemania se implantó el derecho de autor durante la segunda mitad del siglo XIX. Pero los editoriales ahora comenzaron con una política similar a la de sus compañeros ingleses: Encarecían los precios y dejaron de publicar los libros del bolsillo baratos.
Los autores, ahora protegidos, estaban irritados. Heinrich Heine escribió en 1854 a su editorial Julios Campe:
Por el precio desmesurado que exige usted por mi libro, difícilmente se van a vender suficientes para una segunda edición. Precios bajos, querido Campe, tiene que poner, porque sino no veo porque he sido en mis intereses materiales tan blando con usted.

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2 Kommentare:

Unknown dijo...

¡Muy interesante!

Anónimo dijo...

herr Graefe me ha aparecido muy interesante este trozo de historia.

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