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Representación del Minotauro. |
El rey Minos lo encerró en un laberinto, y cada año se le
enviaron 14 vírgenes atenienses como sacrificios. Esto terminó cuando Teseo,
hijo del rey de Atenas, mató al Minotauro.
La leyenda continua con que Teseo huye del reino de Minos
junto con Ariadne, hija del rey Minos, quién le había ayudado encontrar la
salida del laberinto.
Los sucesos que impresionaron a los contemporáneos prehistóricos
(incluso históricos) no se transmitían por escrito, sino de forma oral. El
suceso se cuenta, el viejo se lo cuenta al joven, los padres a sus hijos,
durante décadas o incluso siglos.
Los recuerdos más interesantes, más
destacados los guardan los cantantes, los poetas y los juglares, quienes
durante eventos sociales cantan sobre lo que ocurrió hace mucho tiempo. Y así
forman lo que se llama memoria colectiva, que hoy en día sigue existiendo (sea
con documentales, clases de historia y congresos, sea con leyendas urbanas,
novelas históricas y teorías conspiratorias).
Lo que suele ocurrir con esa forma de recordar es que con el
paso del tiempo se distorsiona la memoria inicial. Mediante el olvido de
detalles insignificantes, el invento de información interesante, las
modificaciones forzadas (para memorizarlo y / o cantarlo mejor) y la evolución
de la sociedad (cambios tecnológicos, políticos y culturales que hacen difícil
comprender el contenido antiguo) se producen lentamente los cuentos o mitos.
Por esa razón cada mito tiene un núcleo verdadero, a veces muy
escondido. Todos se rieron de Schliemann, hasta que descubrió que Troya
realmente existía. Lo mismo ocurre con el mito del minotauro. ¿Qué elementos
veraces esconde el mito?
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Mapa con los palacios minóicos y sus rutas comerciales más importantes. |
Para comenzar los 14 sacrificios atenienses. Quitando el
hecho simbólico del 14, interesa saber que solían ser 14 vírgenes que tenía que
enviar la polis Atenas al reino minoico de Creta. El mito está sugiriendo que
durante un tiempo la cultura minoica, en concreto los más poderosos
“ciudad-estados” palaciegos Knossos y Phaistos, tenía una relación de superior
con inferior con algunas polis griegas. Y la realidad es que efectivamente
hacia referencia al periodo minoico medio (ca. 2000 – 1550 a.C.), que era el
periodo del máximo esplendor de Creta. Sus flotas controlaban el mediterráneo
oriental, negociaron tanto con las ciudades costeras de Egipto como con los
hititas de Anatolia. Y muy probablemente presionaron algunas ciudades
comerciales, con el fin de obtener privilegios, ventajas comerciales o
simplemente tributos financieros.
Un segundo elemento veraz del mito es el minotauro: medio
toro, medio humano. Desconozco la razón por la cual se había inventado el
minotauro, si no es por difamar a Creta.
La realidad era que efectivamente los habitantes de Creta
rendían culto a la diosa madre, una diosa de la fertilidad. Un viejo culto,
herencia directa de la cultura de la Europa antigua o Alteuropa. Un animal que
se solía asociar con la diosa madre era el toro, símbolo de la masculinidad. Sea
con la diosa mesopotámica Inanna o la costumbre neolítica de decorar los
lugares e edificios sagrados con cuernos del buey. En la cultura minoica incluso
se hacían juegos anuales, donde los chicos jóvenes tenían que saltar por encima
de los cuernos de un toro.
Como se observa es la bestia una representación del culto al
toro en la cultura minoica. Para los griegos, quienes crearon ese mito, algo
incomprensible, dado que su cultura es una herencia indogermánica y no indígena
como la minoica.
Ya que estoy, quisiera también hacer una referencia a la
doble – hacha. En la Europa antigua la diosa de la fertilidad se solía
representar no solo con un toro (vida) o una serpiente (renacimiento porque
cambia su piel), sino también mediante la mariposa. Un insecto que “renace”
como insecto volador, más bello que lo fue previamente. Ahora una mariposa
simbolizada se parece, si carece de muchos detalles y está muy estilizada, a
una línea con dos triángulos en cada lado: un hacha doble. De allí la razón por
la cual en los palacios de Creta se encuentran tantas referencias a el hacha
doble. No representaba la guerra ni la artesanía, sino era otro símbolo de la
diosa madre.
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Plano del palacio de Knossos. |
Y lo último: ¿Qué hay del famoso laberinto? Porque no existe
ninguno. Sin embargo, hay dos razones de cómo llego al mito. Como ya he dicho,
el hacha doble era un símbolo de la mariposa. Como los griegos no lo reconocían
como mariposa, lo llamaron “labrus” o “labrys”, la palabra griega que
significaba hacha doble. Y esta palabra se parece bastante a la palabra griega
para laberinto: “laburinthos”. De allí que posiblemente como se transmitía por
vía oral se creó una distorsión.
Por si fuera poco los palacios de Knossos y Phaistos eran
edificios muy grandes, pero ni muy altos ni muy espaciosos. Los palacios en
Creta no eran únicamente sedes gubernamentales, sino también almacenes para las
empresas comerciales tanto del rey como de otros poderosos, residencia de la
familia real, sirvientes e aliados, centro de producción de artesanía y lugares
de culto. Cada gobernante añadió habitaciones y pequeños edificios al edificio
original, escaseaban tanto los pasillos espaciosos como salas representativas.
Tampoco solía superar los dos pisos de altura.
Es decir que para alguien quien no vivía allí parecía una
acumulación de habitaciones y pasillos desordenados, complejos y confusos. En
fin: un laberinto.
Evidentemente se pueden encontrar más paralelas con la
realidad y otros detalles simbólicos. Yo quería presentar los tres más
evidentes (toro, laberinto, sacrificio ateniense), que reflejaban lo que había
sido verdad. El mensaje del cuento del minotauro y sus respectivas
interpretaciones (la cuerda como “hilo rojo” para la vida, el laberinto como
interpretación cósmico, etc…) no lo quise tener en cuenta para ese breve
análisis.
Fuentes:
- BAUER, Wolfgang, DÜMOTZ, Irmtraud, GOLOWIN, Sergius, Lexikon der Symbole, 2006 [21], edit. Marixverlag, Neu Isenburg
- FUCHS, Konrad, RAAB, Heribert, Wörterburch zur Geschichte, 1987 [6], edit. Dtv, Nördlingen
- HAARMANN, Harald, Das Rätsel der Donauzivilisationen, 2012 [2], edit. C.H. Beck, München
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