Ya antes de la llegada de Atila con sus feroces secuaces 375 d.C. a Europa habían comenzado los pueblos germanos su marcha (posiblemente por problemas climáticos, malas cosechas o sobrepoblaciones), igual como los godos quienes habían llegado en el siglo III a la costa del mar negro.
Una vez instalados mandaron regularmente expediciones hacia sus vecinos, especialmente hacia tierra romana.
Los emperadores romanos, ya agobiados por las continuas guerras con los Sassanidas en oriente y las guerra civiles interiores, enviaban continuamente legiones hacia el norte para defenderse.
Especialmente los emperadores Claudio II Gothicus y Constantino I lucharon con victoria contra los godos. El senado de Constantinopla les dedicó en los siglos III o IV d.C. a uno de ellos una columna conmemorativa de sus victoria.
18.5 metros alto, con un capitel corintio, recibió el monumento más antiguo de Estambul una inscripción (hoy casi ilegible): Fortunae Reduci ob Devictus Gothos, es decir: A fortuna, la razón de la victoria sobre los godos. Esta columna simple, sin mayores adornos, es el último ejemplo de la arquitectura monumental que recuerda una victoria romana.
Cuando en 370 los habitantes de Nova Roma contemplaron la columna, jamás se hubieran imaginado que con la llegada de los Hunos dentro de cinco años habrá llegado el final del mundo como lo conocían. Y sus compatriotas en occidente, la antigua capital Roma, nunca se imaginarían que ni 100 años tras la victoria sobre los godos, sus nietos saquearían la vieja loba.
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