La situación de la vida socio – política europea (y en parte también del mundo occidental) en el siglo XXI está marcada por un gran diferenciación entre la sociedad y la política.
Los ciudadanos no se identifican más ni con sus representantes ni con los estados en los que viven, el estado aparece más bien como el enemigo (impuestos, multas) o el que no cumple con sus deberes (calidad de las calles, estabilidad económica, empleo). Tanto la identificación como la participación es minima, muy notable en los escasos conocimientos que se tiene sobre la política. ¿Quién sabe el nombre de la ministra del medio ambiente? ¿O el jefe de fracción de un grupo político del parlamento europeo?
Lo más confuso, lo más irónico es el hecho de que la participación democrática se reduce cuanto más éxito y estabilidad tiene. La democracia es un modelo político y una forma de administrar la sociedad muy reciente. Realmente, tanto la democracia de Atenas (que excluía mujeres, esclavos, extranjeros y hasta las reformas de Pericles también a los pobres) como la republica revolucionaria francesa (en las cuales realmente participaban solo los habitantes de Paris y una pequeña parte de la intelectualidad de la clase media) no habían sido tan democráticas como lo fue la Europa de los siglos XX y XXI. El siglo XX era el siglo de la lucha entre dos sistemas diferentes: los sistemas totalitarios por un lado y los sistemas democráticos – liberales por el otro. La diferencia en ambos sistemas era en primera línea la posibilidad de participación: en las democracias pueden participar todos los humanos sin discriminación, mientras que en los totalitarismos no se tenía ese caso.
Lucha callejera del Spartacus, 1919 |
1991 terminaron los totalitarismos, las mujeres habían obtenido sus derechos durante el siglo, junto con otros grupos discriminados como los afroamericanos y los homosexuales. La democracia triunfó – y 2010 parecía que está en crisis; aunque, parcialmente, en 2011 continua. ¡Y esto que el 15-M había aprobado lo contrario! Ya tras un mes han desaparecido casí de las plazas....
No es una crisis, realmente dicho, sino más bien una preocupación. ¿Dónde se puede encontrar las causas de ese distanciamiento entre política y sociedad? ¿Y como se puede acercar a ambos?
Se suele culpar al “liberalismo extremo”, que sea individualista, atomista, egoísta, poco social y que usa del estado para proteger una serie de derechos naturales donde no existen obligaciones. Esa crítica en parte no se puede negar. Europa había sufrido dos guerras mundiales y además una separación ideológica. En consecuencia no se tiene más confianza en las grandes creencias: religión, nación y política habían llevado a Europa a la guerra, la discriminación, los conflictos. Y junto con esa desconfianza se olvido a dos hechos importantes:
El problema básico es, como se ve, el concepto de ciudadanía. El ciudadano no lucha mas, no trabaja mas para la sociedad, y solo participa en la huelga si es probable recibir un aumento mínimo del salario. El ciudadano descansa vagamente en su sofá, sus triunfos de los derechos humanos y del estado social: son naturales, derechos que nadie debe deshacer. El ciudadano ha olvidado que tiene que defender activamente esos derechos. Cuando una gran parte de la población árabe comenzó quemar banderas en reacción a unas caricaturas sobre mahoma hace unos años, el occidente se cayó silenciosamente, no defendió su supuesto derecho natural de libre expresión. El ciudadano minimalista se conformó con decir perdón.
Por eso es interesante ver la situación en el concepto de la ciudadanía, un concepto que se aprende tanto en las familias como en las escuelas.
Normalmente se suele educar, enseñar al concepto minimalista de la ciudadanía y las consecuencias son los arriba mencionados: una sociedad a-política. Ya que en el concepto minimalista el ciudadano no se identifica con su sociedad, sino es miembro de la SES (“Sociedad del Estado Social”), de una “Gesellschaft”, como si sería la sociedad de historiadores de Navarra. Paga su cuota anual, viene a una o dos reuniones y nada más. Eso no requiere muchas virtudes, puede que es responsable de la tesorería de la sociedad o de otro deber, pero aparte de eso no le interesan otras funciones u obligaciones. La consecuencia de esa escasa identificación y la minima necesidad de virtudes es un reducido compromiso político – ¿Quién haría una manifestación perdiéndose el programa “Sálvame” en la televisión para que su sociedad obtenga más recursos? Muy poca gente quiere “trabajar gratis” en la política, y los ONG son precisamente por eso exitosos: No son políticos y no se les considera corruptos. Con todo es claro que los requisitos sociales necesarios son mínimas: basta con dar un D.N.I. y un estado legal.
El ciudadano minimalista sigue siendo un individuo que no necesita la sociedad, que se identifica viéndose a su mismo, lo que lleva a la escasa participación política, y que al final arriesga la debilitación de las democracias. Ni golpes de estados ni revoluciones sociales arriesgan al bien estar actual, sino la pura vagancia apática.
Ante esa ciudadanía minimalista, característica del liberalismo, han surgido en la ultima mitad del siglo XX tres movimientos, mayoritariamente en el ámbito filosófico, cuales postulan alternativas. Son el comunitarismo, la doctrina de la sociedad civil y el republicanismo.
Los tres movimientos son muy diferentes entre si. El comunitarismo y la doctrina de la sociedad civil siguen con al separación que hace el liberalismo entre la sociedad y lo político. El comunitarismo quiere crear un espacio social de pequeños grupos cuales son capaces de identificarse, sin embargo sigue usando al estado como una paréntesis, un esqueleto que sujeta la carne de la identidad. La doctrina de la sociedad civil hace lo contrario: no quieren pequeños grupos sociales con sus identidades, sino quieren una moral universal (del liberalismo) que esta combinada con el estado a su servicio (el estado de bienestar que garantiza la moral universal). Al final se tiene al republicanismo que pretende unificar la sociedad con la política, y además el ethos con el logos que había sido separado con la ilustración.
Todas esas tres alternativas tienen en común que defienden al concepto de ciudadanía maximalista. El ciudadano debe identificarse con su sociedad cultural (comunitarismo), la moral universal (sociedad civil) o su poleis (republicanismo). Debe estar dispuesto a ir a la guerra por lo que identifica, debe estar orgulloso de eso – y además respetar la identidad de otros humanos, dialogar con otras identidades de manera pacifica. Debe tener las virtudes de querer participar, de desear el compromiso, de ser un ciudadano activo que interviene.
Por eso se intenta fomentar el concepto de ciudadanía maximalista en las democracias occidentales, especialmente en los centros educativos. Los padres pueden ayudar y participar en los centros educativos, juntos con sus hij@s que también eligen sus delegados y trabajan en grupos – como a su vez los profesores con sus equipos y conferencias regulares. El centro escolar es un lugar cada vez más abierto, democrático. En varias universidades por ejemplo – menos en la Universidad de Navarra, desafortunadamente – existen grupos políticos, debates abiertos y los estudiantes pueden deducir en los planteamientos de los presupuestos.
Pero esa ciudadanía maximalista tiene – en el caso europeo – un obstáculo grave: en la vida real, diaria, es inútil. En pocos países se hace plebiscitos, únicamente hay elecciones cada cuatro o incluso cinco años. Si no se tiene la edad minima de 18 años no se puede votar – curioso, porque si se puede beber alcohol, mantener relaciones sexuales, trabajar con 16 años y ser juzgado (aunque no sea con la ley de adultos). Cuando el ciudadano se entera de eso, se rompen rápidamente las ilusiones y las motivaciones del ciudadano maximalista. Solo puede participar activamente, si lo desea, en proyectos humanitarios, en las ONG, o en otros ámbitos – pero no puede participar libremente en la política, en las decisiones importantes del lugar donde la esta viviendo.
Se puede considerar difícil crear una democracia autentica, especialmente por la amplitud geográfica y demográfica de muchos países europeos. No obstante se tiene ya los recursos tecnológicos para hacer, por ejemplo, plebiscitos sobre las leyes más importantes. En Alemania, por ejemplo, se tiene el problema, de que no se puede elegir ni al jefe del gobierno (canciller) ni al jefe de estado (presidente), sino ambos son elegidos por el parlamento (Bundestag). En los USA al menos parece que se puede elegir directamente al presidente – aunque, también existen allá dos problemas: si un candidato tiene 51 % de los votos en un estado, consigue el 100 %; y tampoco es elegido por el ciudadano estadounidense, sino realmente por un delegado que había sido elegido. ¿Por qué no se elige directamente al jefe de gobierno? ¿Tan probable es que las masas incultas puedan elegir a un pequeño pintor austriaco fracasado?
Democracía directa en Suiza. |
La ciudadanía máxima no solo forma a ciudadanos que, aparte de ser competentes también usen su razón y la moral, participan abiertamente en la democracia, apoyándola activamente. También exige que se elimina las oligarquías de grupos políticos cuales piensan saber que es lo mejor para la población.
Mientras que no se haga cambios constitucionales, recudiendo la democracia representativa hacia una democracia directa, no tiene utilidad crear ciudadanos maximalistas. O quizá, si haya suficiente ciudadanos maximalistas, ellos logran cambiar al sistema. Eso nos lo enseñara el futuro.
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