4 abr 2015

Evitando el euro centrismo histórico o los imperios asiáticos

Durante muchos años compartía el canon general de los historiadores europeos sobre los imperios asiáticos decadentes del siglo XIX. Dominaban las ideas e imágenes de una China derrotada por los ingleses, una colonia anglosajona India, un Irán débil, juguete de rusos e ingleses, un impero otomano descomponiéndose y un vasto pero de todos modos lento imperio ruso.
Ese enfoque era euro centrista, dado que la imagen real de la debilidad política y económica del siglo XIX se convirtió en el anacronismo aceptado para esos mismos imperios desde el aparente comienzo del auge europeo en el siglo XVI. En la historiografía europea (al menos en las obras de los autores y en los manuales que leí y en las clases a las que asistí) se da una sensación de la evolución imparable del poderío europeo, que simultáneamente era el comienzo del fin de los imperios asiáticos.
Tuve esa imagen de decadencia asiática cuando escribí un pequeño trabajo sobre el regeneracionismo español comparando el reformador Joaquín Costa de España con el ministro innovador chino Kang Youwei, o cuando compartía la imagen del imperio osmanlí como el “hombre enfermo del Bósforo”.

Con otros cursos monográficos y la lectura sobre la historia India y China logré lentamente corregir esa imagen, ser más objetivo y menos arrogante. El libro que más me ayudó fue “After Tamerlane. The Rise and Fall of Global Empires, 1400 – 2000” escrito por John Darwin en 2007.

Gracias a su libro aprendí que efectivamente hasta el siglo XVIII la china de los Qing era tan poco débil como el Japón bajo el shogunato. En India se formó el impresionante imperio Mongul, los persas safavidas tuvieron un auge semejante al imperio osmanlí de Turquía, y los rusos construían durante 400 años en su imperio continental. Todos los esfuerzos y energías, todas las expansiones territoriales y nexos comerciales apenas afectaban a Europa, y menos aún se prestaba (y se sigue prestando) atención a ello. Europa en los campos sociales, económicos y militares apenas destacaba hasta comienzos del siglo XIX.
Los imperios asiáticos expandieron y crecieron desde el siglo XV, no había ninguna crisis en ningún aspecto. El cambio surgió con el fin de las guerras napoleónicas en Europa. Hasta entonces el contacto entre las organizaciones políticas de la tierra habían sido mínimas: El comercio de diamantes, oro, plata, porcelana, perlas, pieles, seda, índigo, esclavos, azúcar, cacao, tabaco, especias, café y té era mínimo dado su naturaleza como productos de lujo. Las compañías comerciales inglesas, holandesas y portuguesas tenían realmente poco poder en los países asiáticos. Se contentaban estando en determinadas ciudades costeras como Macao, Cantón, Bombay, Madrás, Calcuta e Ormuz. En cambio como bien hizo entender el emperador chino a los ingleses antes de la primera guerra del opio: No necesitaban los productos ingleses, gracias. Ya tenían todo lo que necesitaban, las relaciones comerciales entre europeos y asiáticos era existente, sin embargo mínimo. También militarmente todos esos imperios hasta el siglo XIX podían mantener su nivel de poder semejante a los europeos.


Posterior a la derrota de Napoleón y con el comienzo del largo siglo pacífico XIX la industrialización se hizo notar. Las armas de fuego que se usaba en la guerra de Crimea, las ametralladoras, no se podían comparar con las escopetas de los mosqueteros del XVII. Los cañones y la artillería eran ligeros, con mejor puntería y mayor fuerza de fuego. Finalmente las naves militares dejaron de ser barcos de madera, convirtiéndose en auténticos buques de hierro. La diferencia tecnológica militar entre los soldados de Napoleón y los soldados de la guerra civil americana o las guerras de unificación alemana e italiana era considerable, gracias a la industrialización.
Dicha industrialización hacía que Europa comenzó tener un autentico hambre de mercado. Había que vender productos y traer recursos, más que nunca. Ni en el imperio colonial español ni en el británico antes de la revolución americana el intercambio de bienes para la mayor parte de la población era significante, al contrario. Con la industrialización el comercio dejó de ser únicamente de lujo, y se convirtió durante el siglo XIX en lo que es hoy en día: Una economía globalizada de masas de productos.
En ese momento es cuando realmente comenzó la debilidad económica (y como consecuencia igualmente política) de los imperios asiáticos. En el año 1860 muchos intentaban actualizarse, pero implantando la cultura de la industrialización europea con la fuerza traía como consecuencia una gran inestabilidad social.
Algunos tuvieron éxito. Japón lo logró con la revolución Meiji, Siam igualmente consiguió modernizarse, e Abisinia incluso podía derrotar los invasores italianos. Sin embargo, cuanto mayor era el tamaño, más dificultades hubo. Las resistencias de los grupos rurales quienes temían los cambios sociales impidieron durante casi un siglo la integración económica de China, Irán y Osmanlí. Pero a diferencia de India ninguno de esos imperios fueron invadidos, perdieron batallas y guerras puntuales pero ningún país europeo era capaz de ocuparlos y controlarlos a diferencia del continente africano.
Esos países tenían en la política sus manos atadas. China desde 1900 hasta 1949 estaba sumergida en una guerra civil, Persia era un juguete primero de los rusos y de los ingleses, después de los EE.UU. y la URSS, el imperio Osmanlí perdió en 1918 más de la mitad de su territorio (aunque realmente ya no controlaba por ejemplo Egipto desde hace 50 años) e India era la joya inglesa desde 1877 hasta 1949.

John Darwin logra terminar con la imagen de los imperios decadentes en todos sus aspectos. Realmente todos ellos eran política- y económicamente silenciados durante un siglo desde mediados del XIX hasta mediados del XX. Desde entonces han logrado reestructurarse y vuelven al auge. China es un la primera potencia económica mundial, seguido por la mayor republica terrestre India. Irán se ha convertido en una potencia regional importante, independiente de influencias tanto rusas como estadounidenses con su curiosa republica teocrática. Turquía recuperó su poder regional en el próximo oriente, y de Japón ni hablar.
Todos esos países, menos Turquía, son como clara manifestación de su poder militar potencias con armas nucleares. En vez de hablar del la decadencia asiática habría que hablar del siglo europeo cuando los europeos era más avanzados hasta ser alcanzados por los quienes habían menospreciado.

Otro aspecto que John Darwin postula es el fin de la existencia de los imperios territoriales. Desde la muerte del último gran conquistador Tamerlán en el siglo XIV ya no había grandes cambios en el mapa asiático. Los imperios del XV siguen casi con las mismas fronteras hoy en día, excepto Rusia.
Todos los intentos que hubo en el doble continente euroasiático de crear nuevos imperios fracasaron en numerosas ocasiones, comenzando con Napoleón, llegando a la crisis mundial (1914 – 1945), terminando con lo que John Darwin llama la negación del imperio de la guerra fría. Quiere decir que desde 1949 deja de existir el afán por crear una potencia imperial territorial y física, más bien interesan los imperios virtuales, indirectos, de influencias al estilo EE.UU. y URSS. La globalización es el final definitivo del “sueño del imperio”.

Quiero recomendar este libro por la misma razón que me llevó a leerla: Ayuda por un lado evitar el euro centrismo y por el otro lado se conoce la interesante historia de los imperios asiáticos entre los siglos XV y XX. Además se nota una objetividad admirable por parte del autor, evita tanto la idealización como la demonización. Sin embargo le espera al lector una cierta carga descriptiva, con numerosas fechas y nombres, que dificultan su lectura si se desconoce el contexto histórico.

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