Durante
muchos años compartía el canon general de los historiadores europeos sobre los
imperios asiáticos decadentes del siglo XIX. Dominaban las ideas e imágenes de
una China derrotada por los ingleses, una colonia anglosajona India, un Irán
débil, juguete de rusos e ingleses, un impero otomano descomponiéndose y un
vasto pero de todos modos lento imperio ruso.
Ese
enfoque era euro centrista, dado que la imagen real de la debilidad política y
económica del siglo XIX se convirtió en el anacronismo aceptado para esos
mismos imperios desde el aparente comienzo del auge europeo en el siglo XVI. En
la historiografía europea (al menos en las obras de los autores y en los
manuales que leí y en las clases a las que asistí) se da una sensación de la
evolución imparable del poderío europeo, que simultáneamente era el comienzo
del fin de los imperios asiáticos.
Tuve
esa imagen de decadencia asiática cuando escribí un pequeño trabajo sobre el
regeneracionismo español comparando el reformador Joaquín Costa de España con
el ministro innovador chino Kang Youwei, o cuando compartía la imagen del
imperio osmanlí como el “hombre enfermo del Bósforo”.
Con
otros cursos monográficos y la lectura sobre la historia India y China logré
lentamente corregir esa imagen, ser más objetivo y menos arrogante. El libro
que más me ayudó fue “After Tamerlane. The Rise and Fall of Global Empires,
1400 – 2000” escrito por John Darwin en 2007.
Gracias a su libro aprendí que efectivamente hasta el siglo XVIII la china de los Qing era tan poco débil como el Japón bajo el shogunato. En India se formó el impresionante imperio Mongul, los persas safavidas tuvieron un auge semejante al imperio osmanlí de Turquía, y los rusos construían durante 400 años en su imperio continental. Todos los esfuerzos y energías, todas las expansiones territoriales y nexos comerciales apenas afectaban a Europa, y menos aún se prestaba (y se sigue prestando) atención a ello. Europa en los campos sociales, económicos y militares apenas destacaba hasta comienzos del siglo XIX.
Gracias a su libro aprendí que efectivamente hasta el siglo XVIII la china de los Qing era tan poco débil como el Japón bajo el shogunato. En India se formó el impresionante imperio Mongul, los persas safavidas tuvieron un auge semejante al imperio osmanlí de Turquía, y los rusos construían durante 400 años en su imperio continental. Todos los esfuerzos y energías, todas las expansiones territoriales y nexos comerciales apenas afectaban a Europa, y menos aún se prestaba (y se sigue prestando) atención a ello. Europa en los campos sociales, económicos y militares apenas destacaba hasta comienzos del siglo XIX.
Los
imperios asiáticos expandieron y crecieron desde el siglo XV, no había ninguna
crisis en ningún aspecto. El cambio surgió con el fin de las guerras
napoleónicas en Europa. Hasta entonces el contacto entre las organizaciones políticas
de la tierra habían sido mínimas: El comercio de diamantes, oro, plata,
porcelana, perlas, pieles, seda, índigo, esclavos, azúcar, cacao, tabaco,
especias, café y té era mínimo dado su naturaleza como productos de lujo. Las
compañías comerciales inglesas, holandesas y portuguesas tenían realmente poco
poder en los países asiáticos. Se contentaban estando en determinadas ciudades
costeras como Macao, Cantón, Bombay, Madrás, Calcuta e Ormuz. En cambio como bien
hizo entender el emperador chino a los ingleses antes de la primera guerra del
opio: No necesitaban los productos ingleses, gracias. Ya tenían todo lo que
necesitaban, las relaciones comerciales entre europeos y asiáticos era
existente, sin embargo mínimo. También militarmente todos esos imperios hasta
el siglo XIX podían mantener su nivel de poder semejante a los europeos.
Posterior
a la derrota de Napoleón y con el comienzo del largo siglo pacífico XIX la
industrialización se hizo notar. Las armas de fuego que se usaba en la guerra
de Crimea, las ametralladoras, no se podían comparar con las escopetas de los
mosqueteros del XVII. Los cañones y la artillería eran ligeros, con mejor
puntería y mayor fuerza de fuego. Finalmente las naves militares dejaron de ser
barcos de madera, convirtiéndose en auténticos buques de hierro. La diferencia
tecnológica militar entre los soldados de Napoleón y los soldados de la guerra
civil americana o las guerras de unificación alemana e italiana era
considerable, gracias a la industrialización.
Dicha
industrialización hacía que Europa comenzó tener un autentico hambre de
mercado. Había que vender productos y traer recursos, más que nunca. Ni en el
imperio colonial español ni en el británico antes de la revolución americana el
intercambio de bienes para la mayor parte de la población era significante, al
contrario. Con la industrialización el comercio dejó de ser únicamente de lujo,
y se convirtió durante el siglo XIX en lo que es hoy en día: Una economía globalizada
de masas de productos.
En
ese momento es cuando realmente comenzó la debilidad económica (y como
consecuencia igualmente política) de los imperios asiáticos. En el año 1860
muchos intentaban actualizarse, pero implantando la cultura de la
industrialización europea con la fuerza traía como consecuencia una gran
inestabilidad social.
Algunos
tuvieron éxito. Japón lo logró con la revolución Meiji, Siam igualmente consiguió
modernizarse, e Abisinia incluso podía derrotar los invasores italianos. Sin
embargo, cuanto mayor era el tamaño, más dificultades hubo. Las resistencias de
los grupos rurales quienes temían los cambios sociales impidieron durante casi
un siglo la integración económica de China, Irán y Osmanlí. Pero a diferencia
de India ninguno de esos imperios fueron invadidos, perdieron batallas y
guerras puntuales pero ningún país europeo era capaz de ocuparlos y
controlarlos a diferencia del continente africano.
Esos
países tenían en la política sus manos atadas. China desde 1900 hasta 1949
estaba sumergida en una guerra civil, Persia era un juguete primero de los
rusos y de los ingleses, después de los EE.UU. y la URSS, el imperio Osmanlí
perdió en 1918 más de la mitad de su territorio (aunque realmente ya no
controlaba por ejemplo Egipto desde hace 50 años) e India era la joya inglesa
desde 1877 hasta 1949.
John
Darwin logra terminar con la imagen de los imperios decadentes en todos sus
aspectos. Realmente todos ellos eran política- y económicamente silenciados
durante un siglo desde mediados del XIX hasta mediados del XX. Desde entonces
han logrado reestructurarse y vuelven al auge. China es un la primera potencia
económica mundial, seguido por la mayor republica terrestre India. Irán se ha
convertido en una potencia regional importante, independiente de influencias
tanto rusas como estadounidenses con su curiosa republica teocrática. Turquía
recuperó su poder regional en el próximo oriente, y de Japón ni hablar.
Todos
esos países, menos Turquía, son como clara manifestación de su poder militar
potencias con armas nucleares. En vez de hablar del la decadencia asiática
habría que hablar del siglo europeo cuando los europeos era más avanzados hasta
ser alcanzados por los quienes habían menospreciado.
Otro
aspecto que John Darwin postula es el fin de la existencia de los imperios
territoriales. Desde la muerte del último gran conquistador Tamerlán en el
siglo XIV ya no había grandes cambios en el mapa asiático. Los imperios del XV
siguen casi con las mismas fronteras hoy en día, excepto Rusia.
Todos
los intentos que hubo en el doble continente euroasiático de crear nuevos
imperios fracasaron en numerosas ocasiones, comenzando con Napoleón, llegando a
la crisis mundial (1914 – 1945), terminando con lo que John Darwin llama la
negación del imperio de la guerra fría. Quiere decir que desde 1949 deja de
existir el afán por crear una potencia imperial territorial y física, más bien
interesan los imperios virtuales, indirectos, de influencias al estilo EE.UU. y
URSS. La globalización es el final definitivo del “sueño del imperio”.
Quiero
recomendar este libro por la misma razón que me llevó a leerla: Ayuda por un
lado evitar el euro centrismo y por el otro lado se conoce la interesante
historia de los imperios asiáticos entre los siglos XV y XX. Además se nota una
objetividad admirable por parte del autor, evita tanto la idealización como la
demonización. Sin embargo le espera al lector una cierta carga descriptiva, con
numerosas fechas y nombres, que dificultan su lectura si se desconoce el
contexto histórico.
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