Separación y 100 años distanciación
Introducción
La historia es un proceso continuo con una serie de hechos que influyen de mayor o menor manera en los hechos que los seguían. Algunos hechos son más, otros menos importantes, dependiendo principalmente del visitante que los contempla. Algunos contemporáneos, como los que vivieron la paz de Westfalia 1648, estaban convencidos de vivir un año importante para Europa; y hasta el siglo XXI se destaca esa fecha como el inicio de un largo periodo de cierta paz (porque realmente seguían siendo siglos de lucha) y equilibrio de poderes en Europa. Probablemente en 2048 se harán una serie de fiestas y ceremonias conmemorativas – o quizás no. ¿No sería tentador? ¡Y no hay que ver que pasará 2036, 2039 y 2045!
Existe el dicho “la historia lo escribe el vencedor”. La historiografía de inicios del siglo XXI no pretende serlo, al menos en mi opinión. Pretende ser lo objetiva que sea posible, a pesar de que está consciente de que hay elementos subjetivos que no pueden ser eliminados ni ignorados. En el caso de la memoria ya es otra cosa: aquí sí “escribe el vencedor”. El lado positivo se destaca en la misma, se conmemoran hechos profundamente emocionales. Una derrota humillante con el fin de recordar que jamás se repitan los errores que llevaron a la misma, o una victoria gloriosa como momento triunfal. Con frecuencia esos hechos son conmemorados por una “nación” o al menos un grupo amplio de personas. Si se quiere ser exacto incluso el cumpleaños es una conmemoración.
El problema de la influencia de la tradición
Patrick H. Hutton tiene la opinión de que los historiadores no deben rechazar ciega- ni violentamente a la memoria, al contrario: deben dialogar con la misma. Una historiografía que deja de respetar y comprender la tradición es, en su opinión, algo escasamente próspero, empobrecido. En su articulo “The role of memory in the historiography of the Franch revolution” (1) estudia la situación problemática que hay entre el hecho de la revolución francesa, la tradición que surge de la misma y la influencia que ejercen ambos en el historiador que lo(s) estudia. Con vistas a eso nombra a tres (realmente cuatro) autores franceses: Jules Michelet (1798 – 1874), Francois Alphonse Aulard (1849 – 1928), Francois Furet (1927 – 1997) y Pierre Nora (1931 – 20__). En todos ellos se demuestra la influencia de la tradición cuando tratan la revolución francesa.
Para Jules Michelet la revolución era como la inspiración colectiva, la manifestación de los valores de esa sociedad. Era como una leyenda, sí, un mito que se realizó durante un tiempo que Michelet no tuvo la suerte de vivir de todas formas pero sí de hablar con algunos de quienes lo habían vivido. En su caso se nota fuertemente el peso de la tradición y la glorificación de una revolución idealizada, que un trabajo minucioso u objetivo difícilmente puede realizar. Obvio, teniendo en cuenta que era un admirador de la democracia y encima con un fuerte espíritu “patriótico”.
Alphonse Aulard que 1879, casi 100 años después, se introdujo en el tema, ya era más objetivo. Usaba métodos en la historiografía aceptados como objetivos, estudiaba minuciosamente los documentos. Era el “fundador” de la nueva historiografía sobre la revolución francesa y destruyó varios mitos que se habían formado alrededor de 1789. No obstante, nuevamente se dejó seducir por la tradición. En vez de “heroificar honorífico”, demostró respeto a la revolución francesa. En vez de ser un sueño lejano como lo fue para Michelet, ya era, como bien lo describe Hutton, un momento importante hacia el progresivo camino de la tercera republica. Un camino que parecía inevitable. También Aulard era defensor de la democracia, incluso llegó a la presidencia de la liga de las naciones en 1927 en Berlín.
Francois Furet y Pierre Nora, al final tras 200 años, lograron acercarse a la revolución francesa lo más real y probable posible. Hutton menciona que para Furet la revolución francesa no era algo adorable ni, como en el caso de Aulard, respetable. Furet fue el primero que demostró que no se tenía una revolución de masas, sino de una pequeña elite (la clase media). En vez de tener la imagen de una revolución con causas y consecuencias para la sociedad se tenía en su opinión una revolución que tenía grandes influencias y consecuencias en la retórica y la mentalidad. Nora seguía el mismo camino.
El famoso cuadro de la revolución idealizada (pintado por Eugéne Delacroix, 1830) |
La necesidad de evitar la influencia
Como se ha demostrado a través de esos tres (o cuatro, si se prefiere) autores siempre el contexto influye al historiador. Para Michelet era el ideal de la república y la democracia ya que no le fue posible por vivir en varias monarquías diferentes (la segunda república fue un episodio breve cuyo presidente encima era un Bonaparte). Para Aulard la revolución francesa fue como un momento inevitable porque ya vivía en la tercera república establecida: la revolución como una estación en el camino al triunfo. Para Furet y Nora, quienes vivían en una Europa que con posterioridad a dos guerras mundiales ha dejado el nacionalismo al lado y en un mundo donde domina la ciencia objetiva, 1789 era un hecho que tenía una serie de factores como causa y consecuencia, consecuencias que a su vez eran más bien retóricas, abstractas.
Aún así Hutton, como buen norteamericano que es, parece estar en contra de una excesiva objetividad. La historia, la historiografía, incluso una “nación”, que ha “olvidado” su memoria, pierde inspiración, identidad, prosperidad. Ve la memoria y las conmemoraciones como fuentes de energía para los historiadores, elementos necesarios e incluso útiles.
En mi opinión hay dos cuestiones importantes que se tiene que tener en cuenta con el objeto de reducir el “rol de la memoria en la historiografía” a un mínimo. Primero la distancia entre memoria y historia; segundo que hay que apartar ambos espacios para la historiografía. En eso estoy de acuerdo con Halbwachs (1877 – 1945), quien, tras Hutton, defiende que la historia comienza donde la memoria termina. Halbwachs desarrolló la teoría de la “memoria colectiva”, en la cual existían dos tipos: la “memoria oral” (o memoria comunicativa) y la “memoria escrita” (memoria cultural). En tanto que lo último se podría considerar como “historiografía”, la primera es más bien lo “tradicional”, lo conmemorativo de Hutton. Lo importante en esa cuestión es que la memoria comunicativa solo “sobrevive” tres o cuatro generaciones. Eso significa que el bisnieto ya hace otras conmemoraciones que su bisabuelo; las conmemoraciones y la tradición, como lo admite Hutton, cambian, se modifican. Sin embargo ese no es el deber ni la función del historiador, el guardián de la memoria cultural.
Cada hecho en la historia es importante: hay tantos factores que provocan y vienen a y de un hecho que es imposible ver cuándo algo es conmemorativo o no. ¿Es conmemorativo el hecho que se haya descubierto el estribo? ¿O la domesticación del caballo? ¿O una batalla ganada por la caballería? En esté sentido se podría conmemorar casi cada hecho. Lo que hace un momento puntual conmemorativo es lo que deciden los contemporáneos y si se pueden identificar. Como arriba se dijo, el bisnieto de quienes decidieron la conmemoración quizás ya no le da más interés. Es algo puramente subjetivo.
Porque, estrictamente: la revolución francesa como inicio de los valores y derechos humanos ya era algo tardío. La revolución americana se había adelantado; y la revolución inglesa ya tenía algunos de los elementos franceses siglos antes. El hecho de que decapitaran un monarca tampoco era raro. Ahora bien: era “raro” que la revolución tuviera éxito y que permaneciera en pie luchando contra los ejércitos de todas las potencias europeas. El atentado de Stauffenberg era algo “raro”, la guerra civil española era algo “raro”, la batalla de Trafalgar era “rara”, el viernes negro (jueves en EEUU) era “raro”. Eran “raros” porque eran excepcionales o raramente aparecían y porque parecían haber tenido grandes consecuencias. Aún así eran “extraños” únicamente en la historiografía occidental, no en el resto del mundo. La historia no decide cuales son los momentos conmemorativos. Un neonazi conmemora 1933 como un año glorioso; un demócrata alemán lo detesta como uno de los peores años. Asimismo el último Sha conmemoró el imperio persa y por el contrario su población no se veía como persas, sino como iraníes. Es relativo; y un historiador no debe dejarse influir por eso, y con el fin de eso es necesario tener una cierta distancia temporal (y física). Puede estudiar los motivos de las conmemoraciones – y dejar al resto de la “sociedad” la decisión. ¿Quiénes son los que deciden que ha de conmemorarse? ¿Políticos, unos historiadores académicos? La misma población se inventará rituales sobre hechos que en su opinión sean conmemorativos, porque si están decidíos por instituciones (Como el “Día de la mujer” o “Día del niño” - ¿Quién realmente lo celebra, sino una minoría de defensores de los derechos humanos y algunos académicos?)
Dos consejos para diferenciar entre historiografía y tradición
Con vistas a eso pienso que serían bueno 100 años. Se tiene consciencia y memoria con al menos 6 años de edad. Una persona nacida en 1900 ya puede entender y sentirse emocionalmente relacionado con lo que ocurrió en 1918 y 1945. Vive, tiene hijos e hijas, nietos e nietas, y les cuenta “su” versión de la historia, “su” lado de la verdad. Si era un perseguido por los nacionalsocialistas, se le contempla, si era de derechas, se le insultaba. Porque es diferente tener a una persona en frente que ha vivido y actuado en ese mundo que creyó al mundo actual que hablar con una persona de hace cuatro siglos. La Europa de hoy no se entiende sin la segunda guerra mundial; y esa a su vez no sin la primera y el nacionalismo, etc.….Lo que importa es que cuando no ha pasado como mínimo un siglo, siguen viviendo personas que han vivido lo ocurrido y nos pueden influir emocionalmente – y soportar un punto de vista único. Eso ocurrió con Michelet y en parte con Aulard. Alguno se siente diferente si se habla sobre la guerra civil española de 1936 – 1939 en vez de hablar sobre la guerra que inició Luis XIV con el fin de instalar a Felipe V en España. Ocurre por la enorme distancia temporal que existe. En España solo hay, que yo recuerde, un hecho que se conmemora nacionalmente (que no sean del siglo XX): el descubrimiento de América. Más no existen. Bajo el nacionalismo de Franco ya eran más fechas (obviamente las que convenían a la ideología nacionalista).
Junto a las fechas existe el fenómeno curioso de los ritos conmemorativos, especialmente en los Estados Unidos: Thanks-Giving-Day, la independencia y la victoria del norte sobre el sur en la guerra civil son tres fiestas nacionales muy importantes, siempre solemnemente celebradas y conmemoradas. ¿Históricamente dicho eran hechos importantes? Los últimos dos se podría indicar que sí; aun así los tres tienen en común que cuando son celebrados sólo se destaca al lado positivo. Los indios que daban generosamente comida a los peregrinos; la victoria militar de los “buenos” sobre los “malos” (sean ingleses – monárquicos o sean esclavistas del sur). Los monumentos conmemorativos estadounidenses son innumerables: desde Washington hasta Lincoln se conmemora casi todo; incluso la guerra de Vietnam tiene un monumento.
Lo que tienen que hacer los historiadores es “salir” de ese contexto y estudiar lo que ocurrió realmente, a ambos bandos, y dejar el juzgar sobre la importancia o la moral a la sociedad que desea conmemoraros.
Eso lleva al segundo rasgo que es la separación de historia y tradición. Puede que al historiador le encante, le apasiona su “nación” o grupo social a que pertenece y conmemora ciertos hechos. No obstante nunca debe olvidar que cuando ejercita su oficio como historiador debe intentar ser lo más objetivo posible. Si lo desea puede finalizar el trabajo con una opinión personal, un “essay”, de todos modos nada más.
Finalmente quisiera hacer referencia a una revista de historia alemana: el numero 22 de “GeoEpoche” del 2006, que trata sobre la revolución francesa. (2). En ese breve tomo de unas 170 páginas se describe el desarrollo de toda la revolución francesa desde el atentado fallido en 1757 hasta la llegada de Napoleón en 1799. Lo que se destaca es la variedad de los factores y grupos sociales que han influido y participado en la revolución. Estudiando montañas de documentos y reconstruyendo incluso hasta las horas de algunos días de la revolución lograron crear una visión bastante objetiva. Los Jacobinos no son demonizados ni glorificados; Luis XVI no parece ni un rey tonto (ni muy listo); se nota que no era una revolución de las masas dictadas por la historia, sino una serie de factores que concluían en el fin de la monarquía (y que llevaron al final a una nueva).
Sin embargo hay que admitir que incluso en ese tomo moderno hay nuevamente una cierta influencia de la tradición, del contexto: el redactor Michael Schaper saluda a los lectores en el prologo diciendo que la revolución francesa vivía todas las formas políticas del siglo XX: desde la monarquía constitucional pensado por la republica democrática hasta la dictadura de una minoría. Lo que les diferencia de un Alphonse es que no demuestran respeto ni veían como inevitable la revolución; sino lo veían más diferenciado, como Furet.
Conclusión personal
Cuando se cumplen con esos dos “consejos” – la distancia temporal / física y la disociación historiografía y tradición – se pude lograr escribir una historia más objetiva y liberada de la tentación tradicional. Especialmente dentro de cuatro años, 2014, se puede esperar tener un amplio campo de experimentación: ¿Cómo será entonces la relación entre la historiografía y las ceremonias conmemorativas? Sí, al menos hasta 2045 habrá un debate objetivo vs. Ético tras otro; la versión “bueno/malo” vs. La versión “Objetividad”. Incluso Carlos Giménez, el gran dibujante de tebeos, hace referencia a eso en una de sus obras: diferencia entre la objetividad (que pretende ser) y la neutralidad (eso sería del ámbito emocional, que los mezclo aquí con la memoria y las conmemoraciones). “En estos álbumes sobre la guerra de España (…) he hecho tremendos esfuerzos por ser objetivo, ¡objetivo! Que nadie me pida que sea neutral ante el fascismo” . En esto estoy totalmente de acuerdo. Porque, como él mismo dice, “Bajo el paraguas de la naturalidad casi siempre se encuentra camuflado un fascistilla vergonzante”.
P.S.: Recordemos a las celebraciones de 1512...!
P.S.: Recordemos a las celebraciones de 1512...!
(1) HUTTON, Patrick H., “The Role of Memory in the Historiography of the French Revolution”, en History and Theory, Wesleyan University, 1991, Vol 30, Nª 1, Pag. 56 – 69. Web: http://www.jstor.org/stable/2505291 (20.12.2010, 10:21).
(2) GeoEpoche – Französische Revolution, Hamburg, 2006, Nº 22.
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